Cosas
1
Amo las cosas que nunca tuve
con las otras que ya no tengo:
Yo toco un agua silenciosa,
parada en pastos friolentos,
que sin un viento tiritaba
en el huerto que era mi huerto.
La miro como la miraba;
me da un extraño pensamiento,
y juego, lenta, con esa agua
como con pez o con misterio.
2
Pienso en umbral donde deje
pasos alegres que ya no llevo,
y en el umbral veo una llaga
llena de musgo y de silencio.
3
Me busco un verso que he perdido,
que a los siete años me dijeron.
Fue una mujer haciendo el pan
y yo su santa boca veo.
4
Viene un aroma roto en ráfagas;
soy muy dichosa si lo siento;
de tan delgado no es aroma,
siendo el olor de los almendros.
5
Me vuelve niño los sentidos;
le busco un nombre y no lo acierto,
y huelo el aire y los lugares
buscando almendros que no encuentro...
6
Un río suena siempre cerca.
Ha cuarenta años que lo siento.
Es canturía de mi sangre
o bien un ritmo que me dieron.
O el río Elqui de mi infancia
que me repecho y me vadeo.
Nunca lo pierdo; pecho a pecho,
como dos niños, nos tenemos.
Cuando sueño la Cordillera,
camino por desfiladeros,
y voy oyéndoles, sin tregua,
un silbo casi juramento.
7
Veo al remate del Pacífico
amoratado mi archipiélago,
y de una isla me ha quedado
un olor acre de alción muerto...
8
Un dorso, un dorso grave y dulce,
remata el sueño que yo sueño.
Es al final de mi camino
y me descanso cuando llego.
Es tronco muerto o es mi padre,
el vago dorso ceniciento.
Yo no pregunto, no lo turbo.
Me tiendo junto, callo y duermo.
9
Amo una piedra de Oaxaca
o Guatemala, a que me acerco,
roja y fija como mi cara
y cuya grieta da un aliento.
Al dormirme queda desnuda;
no se por qué yo la volteo.
Y tal vez nunca la he tenido
y es mi sepulcro lo que veo...
Nocturno
Padre nuestro, que estás en los cielos,
¿por qué te has olvidado de mí?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado
y no quieres mirar hacia mí!
Te acordaste del negro racimo
y lo diste al lagar carmesí,
y aventaste las hojas del álamo
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aún no quieres mi pecho oprimir!
Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados
para no ver enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de Otoño
y no quieres volverte hacia mí!
Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di;
y en mi noche del Huerto me han sido,
Juan cobarde, y el Angel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin;
el cansancio, del día que muere,
y el del alba, que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!
Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas, pidiendo dormir.
Y perdida en la noche levanto
el clamor aprendido de tí:
Padre nuestro que estás en los cielos,
¿por qué te has olvidado de mí?
Intima
Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero tiempo
de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.
Y dirías: -No puedo
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos.
Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios
sobre un mojado suelo.
Y dirías: -La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso.
Y me angustiara oyéndote,
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia, mi aliento.
No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,
te engañarías como un niño ciego.
Porque mi amor no es sólo esta gravilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.
Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!
Vergüenza
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba que bajó al rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas canas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolición que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y háblame con ternura,
que ya mañana al descender al río
¡la que besaste llevará hermosura!
Volverlo a Ver
¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna
fontana trémula, blanca de luna?
¿Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamándolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?
¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!
¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!
Balada
El pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros
le vieron pasar!
El va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.
¡Y el va amando a otra
por la tierra en flor!
El besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas
la luna de azahar.
¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!
El irá con otra
por la eternidad.
Habrá cielos dulces.
(Dios quiere callar).
¡Y el irá con otra
por la eternidad!