El deseo no tiene forma: da forma, pero es un viento oscuro (se mueve siempre, hierve sin evaporarse, concentra algunas veces su ebullición en los rincones que pone en evidencia), una densa oscuridad, espiral o seda insoportable.
El deseo no tiene forma, pero asciende, levanta pezones inadvertidos, los aprieta, los oscurece, dolorosas condecoraciones, válidas para dos cuerpos que contienden queriendo disolver fronteras, ganar regiones que a nadie pertenecen, tierra de nadie, abierta, humedecida para defenderse de la sequedad que invade la garganta.
El deseo no tiene forma, pero da un eje a la flexibilidad de otra cintura, pone brazos a la mitad del cuerpo, pone cuerpos a señalarse labios. Es oscuro pero aclara la sangre. Te recorre a ti pero también, como un pulso sin muñecas, sale a recorrer la madrugada.